El Derecho a la Ciudad
MENOS AUTOS Y MÁS ÁRBOLES
Dr. Salvador García Espinosa
Si se nos preguntara qué caracteriza nuestro estilo de vida, con toda seguridad diríamos que la “prisa” por llegar a algún lado, por comer, por trasladarnos, por todo. Hemos desarrollado la capacidad de “no distraernos” ante la constante y estruendosa cantidad de ruido que forma parte de la “música de fondo” en la que desarrollamos nuestra vida cotidiana. La competencia por el espacio al caminar, en el transporte público, en el estacionamiento; la inseguridad, la mala alimentación y demás factores han hecho que una característica de todo habitante de una ciudad, sin importar su edad, sea el vivir con estrés.
Lo anterior contribuye al incremento en las denominadas enfermedades “no transmisibles” (ENT), que corresponden a enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares, diabetes, obesidad, síndrome metabólico, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y algunos tipos de cáncer. Todas ellas asociadas al estilo de vida poco saludable que llevamos en la ciudad.
Las estadísticas son contundentes, en las últimas tres décadas, en México se han incrementado las enfermedades no transmisibles, tan sólo en 1990 concentraron el 57% de las muertes registradas, y en la actualidad representan el 80% del total de las muertes de todas las edades en el país.
Lo anterior constituye un problema mundial, más aún si se considera que 6 de cada 10 personas habitan en una ciudad. En México la situación se agudiza, pues 8 de cada 10 mexicanos vivimos en un área urbana. Claro está que se trata de un problema mundial que se agudiza conforme aumenta el tamaño y densidad de las ciudades.
Por lo anterior, hay un movimiento impulsado por múltiples organismos e instituciones, liderado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para promover ciudades saludables. Buscan posicionar a la salud como tema común a la agenda política, social y sobre todo urbana. El objetivo es simple, pero ambicioso: la creación de entornos que faciliten estilos de vida sanos y contribuyan al bienestar de la población. Se trata de fomentar, como señala la Nueva Agenda Urbana la “adopción de estilos de vida saludables en armonía con la naturaleza”.
Bajo esta perspectiva, las áreas verdes y la presencia de árboles en la ciudad adquieren una nueva dimensión. Atrás han quedado los criterios cuantitativos de parámetros de metros de área verde por habitante, que llevó a algunos gobiernos a buscar conformar grandes parques urbanos o metropolitanos, pero que resultaron poco accesibles para la mayoría de la población. Estos parques o bosques urbanos, si bien traen beneficios ambientales a la ciudad, acudir a ellos para su disfrute, representa, en la mayoría de los casos, una actividad extraordinaria reservada para un domingo, y con la consecuente inversión económica y de tiempo que se requiere para el traslado desde las lejanas zonas habitacionales densamente pobladas.
Con la Pandemia nos dimos cuenta de lo importante que era un parque, aunque pequeño, pero cercano, de aquí que ahora se define como indispensable contar al menos con uno a menos de 500 metros de cualquier vivienda. Parámetro que resulta imposible de cumplir en la mayoría de las ciudades, pues ya están construidas, y los pequeños parques son prácticamente inexistentes. Por esta razón, la estrategia mundial es restar espacio al automóvil, reducir vialidades, destinar extensos estacionamientos para incorporar áreas verdes y arboladas, que hagan nuestros traslados peatonales más saludables y confortables.
Partamos del principio de que la gente con más estrés en la ciudad es la que menos tiempo tiene para acudir a un parque, así que como política pública se deben llevar árboles y áreas verdes hacia donde transita el peatón. Es cierto que los árboles eliminan el tipo de contaminación atmosférica más peligrosa para nuestros pulmones, pero además el contacto con áreas verdes se correlaciona con una disminución de la ansiedad y la depresión, de ahí su doble importancia. Hay estudios que demuestran que el incremento de árboles mejoró las condiciones de salud de los vecinos, reduciendo enfermedades cardiacas, accidentes cerebrovasculares y algunos tipos de cáncer.
No se trata de construir más distribuidores viales, avenidas, estacionamientos y demás infraestructura gris que solo incentiva el uso del automóvil y la generación de contaminación. En este contexto la arquitectura y el urbanismo adquieren relevancia como instrumentos de una estrategia de salud pública; es necesario incrementar el número de árboles y áreas verdes en la ciudad como una “medicina preventiva” frente a las enfermedades más habituales en entornos urbanos.