“¿Qué humanidad queremos ser?”. Un cuestionamiento profundamente práctico que implica un acto de supervivencia y que impacta directamente en nuestro día a día
Erandi Avalos, colaboradora La Voz de Michoacán
Me cansé de alimentar al monstruo, porque su alimento era yo
El panorama actual
El universo es mucho más complejo de lo que comúnmente pensamos… y nuestro interior también. En tiempos de avances tecnológicos vertiginosos, de crisis sociales y ambientales sin precedentes, resulta urgente preguntarnos hacia dónde queremos dirigirnos como especie. “¿Qué humanidad queremos ser?” La pregunta suena a filosofía barata, cierto. Pero en realidad es un cuestionamiento profundamente práctico que implica un acto de supervivencia y que impacta directamente en nuestro día a día. No se trata de un idealismo ingenuo. Cualquiera con dos dedos de frente entiende que es imperativo replantear el intrincado y voraz sistema socioeconómico actual fomentado globalmente a partir de la Revolución Industrial. Al grano: el estado actual de las cosas tiene que cambiar. Es ya insostenible e insoportable, y es el causante de una devastación externa e interna sin precedentes.
Estamos envenenados
Pero, ¿cómo es posible que hayamos aceptado un modelo organizativo tan dañino? Porque los que se benefician de ello han creado múltiples artilugios para mantener el status quo el mayor tiempo posible. ¿Cómo? A través de sutiles y descaradas formas de control. Algunas tan integradas que la misma humanidad las defiende y siente como propias, es más: paga por tenerlas, consumirlas o practicarlas, según el caso. ¿Exagero? Que alguien me diga cuánto paga el fumador, el aducto, el que consume pornografía o sexo forzado. Que me digan cuánto se paga por comida-veneno. Una de las principales armas de control es la más básica y sagrada: la alimentación. Productos procesados llenos de químicos impronunciables, exceso de azúcar, una poderosa y poco ética industria cárnica. Esta basura no solo afecta al cuerpo, sino que impacta directamente en el estado de ánimo, la regulación emocional y el comportamiento, favoreciendo irritabilidad, impulsividad, ansiedad, depresión o hiperactividad, ya que alteran el equilibrio de neurotransmisores como dopamina y serotonina, relacionados con el autocontrol y la regulación emocional. Por doquier productos con exceso de azúcar que dañan sobremanera, reducen la plasticidad sináptica, inflaman el cerebro y dificultan el aprendizaje. El exceso de azúcar interfiere con el Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro, proteína importante para las neuronas.
¿Será casualidad que en México los criterios para publicidad en sellos nutricionales sean más laxo que en muchos otros países? Otros venenos que la mayoría de la gente paga por consumir son los productos diseñados para hacernos sentir más “limpios, atractivos y seguros”, sin sospechar que son venenos. Cosméticos, artículos de higiene personal y productos de limpieza, contienen sustancias como microplásticos, parabenos, triclosán, ftalatos, formaldehído y PFAS, vinculados con cáncer, alteraciones hormonales y daño hepático,
Saliendo del humanocentrismo, estos productos y hábitos no solo afectan la salud individual sino también el medio ambiente, degradando ecosistemas enteros. Eliminar o reducir el uso de estos productos, exigir mejores etiquetas, regulaciones más estrictas y optar por alternativas naturales o ecológicas no es una moda: es una urgencia de salud pública. Otra forma de envenenamiento es lo que se consume a través de los medios de comunicación, redes sociales y pseudoarte. Diversos estudios científicos han demostrado que la exposición constante a contenidos negativos —imágenes violentas, música con mensajes destructivos o noticias alarmistas— tiene efectos adversos en el cerebro y en la salud mental, ya que el consumo frecuente de noticias negativas activa de manera sostenida la amígdala, región del cerebro vinculada al miedo y la ansiedad. Este estímulo repetido puede derivar en estrés crónico, insomnio e incluso un aumento en los niveles de cortisol, la hormona relacionada con la respuesta al estrés.
Alimentarnos con estos contenidos provoca un fenómeno conocido como sesgo de negatividad, donde el cerebro prioriza lo negativo sobre lo positivo. Lo más peligroso es que el cerebro no distingue si una imagen o un sonido son reales o son ficción. El cerebro recibe esa información como real, lo sea o no. No se trata de negar lo que ocurre ni de ir por la vida con ingenuidad, pero el cerebro es nuestro sistema operativo y hay que cuidarlo si no queremos ser idiotas.
La “realidad”
Percibimos el mundo a través de la información que nuestros sentidos llevan al cerebro. Por mucho tiempo se pensó que el cerebro se degradaba sin vuelta atrás por la edad o por ciertas afectaciones o accidentes; pero hoy sabemos, gracias a experimentos muy serios al respecto, que el cerebro adulto mantiene la capacidad de autorenovación durante toda la vida, con variaciones según la genética y el entorno. Esta capacidad se consideró exclusiva de la primera edad por mucho tiempo. Estos descubrimientos y la posibilidad de que su difusión masiva pueden cambiar todo lo que creemos saber sobre nosotros mismos y sobre el mundo: la capacidad del cerebro humano no solo para construir la realidad individual, sino también para influir en una realidad compartida. Filosofía, espiritualidad y ciencia se acercan cada vez más.
Investigaciones en neurociencia cognitiva muestran que el cerebro no percibe el mundo de manera pasiva, sino que lo que vemos, sentimos y experimentamos es una construcción neural basada en expectativas, memoria y aprendizaje. En este sentido, la realidad no es simplemente recibida: es creada por el cerebro. Pero lo increíble no termina ahí: cuando un grupo de personas comparten códigos culturales, lingüísticos, emocionales o espirituales, las construcciones individuales se sincronizan, generando realidades colectivas. Estudios con neuroimagen funcional han revelado que, durante actividades grupales como conversaciones, danzas o rituales religiosos, los cerebros de los participantes tienden a sincronizarse. Patrones eléctricos similares emergen en diferentes individuos que interactúan, favoreciendo la cooperación y la cohesión social.
Realizados durante décadas por cientos de científicos brillantes (mis favoritos: los españoles Santiago Ramón y Cajal y Nazareth Castellanos), estos descubrimientos otorgan un poder (mejor dicho: un superpoder) a cada individuo: si los simples mortales como nosotros comprendemos que la capacidad de transformar la realidad comienza dentro, en esa red de miles de millones de neuronas que, con cada hábito y pensamiento, dibujan los mapas de nuestro presente y nuestro futuro; la humanidad está entonces a un paso de transformarse en otra humanidad posible al dar forma a decisiones conjuntas conscientes. Nos demos cuenta o no, así es como se conforma la sociedad. Lo que antes se explicaba únicamente en términos sociológicos, ahora encuentra un correlato biológico: la capacidad del cerebro para adaptar sus predicciones a los marcos colectivos: la sociedad como un “súper cerebro” con capacidad de sincronización colectiva para transformar su entorno.
El cerebro humano no solo interpreta el mundo: lo crea. ¿Qué nos quiere decir Miguel Ángel Buonarroti cuando pinta su famoso fresco La creación de Adán en la bóveda de la Capilla Sixtina cerca del año 1511? Tal vez una de las respuestas la dió el doctor Frank Lynn Meshberger en 1990, cuando publicó en la Revista de la Asociación Médica Norteamericana la similitud de la figura en la que reposa la representación de El Gran Creador con el cerebro humano.
Más allá de las cuestiones de salud física, la neuroplasticidad nos indica que podemos cambiar la realidad personal y colectiva cambiando los hábitos y pensamientos que moldean el cerebro. El cambio no es solo psicológico o cultural; es también biológico. La repetición de pensamientos negativos, el consumo excesivo de información alarmista o la falta de autocuidado, refuerzan circuitos cerebrales asociados al miedo y la desesperanza. En cambio, con la conciencia del poder neurobiológico, los individuos y las comunidades también pueden reinventar sus dinámicas colectivas, reconociendo (recordando) que el bienestar propio no puede desligarse del bienestar común.
Observa y transforma
Para que nuestro cerebro y por lo tanto nuestra mente funcionen adecuadamente y lograr así la creación de una realidad colectiva sana, fuerte y poderosa, es necesario practicar el autocuidado. Apremia reconocer el libre albedrío como la base del poder. Boicotear todo aquello que apoya el sistema obsoleto es una de las armas más poderosas que existen. Dejemos de alimentar al monstruo, porque el alimento somos nosotros. Seamos responsables de nuestros pensamientos, palabras, acciones y omisiones. Que lo ocurrido en Gaza no sea en vano. Que lo ocurrido en México en las ultimas décadas no sea en vano. Observemos los detalles y descubriremos una enorme red que nos mantiene atrapados. ¿Qué consumo? ¿Dónde lo adquiero? ¿Qué escucho? ¿Qué veo? ¿Qué comparto? ¿De qué hablo? ¿Qué acciones apoyo? Repito: no se trata de ser ciegos ante lo que ocurre. Se trata de entender que no es inamovible. Tenemos el poder de crear la humanidad que queramos. Nosotros decidimos.
Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”.