Para Elpidia Carrillo, salir al mundo fue encontrar su identidad, reconocerse en la tierra
Jaime Vázquez, colaborador La Voz de Michoacán
“Parácuaro es de donde vengo, de donde salí muy pequeñita, sin la idea, el sueño o la ilusión de que yo iba a ser una actriz. Veía los carros pasar a lo lejos del ranchito donde nací, en Santa Elena, solamente algo blanco que pasaba, así como un rayo, y en las noches sólo se veían pasar las luces. Pero sabía que había algo en mí, así de pequeña, que me decía que tenía que traspasar eso, que tenía que cruzar hacia ese lado porque algo me estaba esperando. Lo encontré en el cine y aún ahí me costó saber qué era lo que estaba buscando, lo que me movía y conmovía como ser humano”.
Así recuerda Elpidia Carrillo el entorno en la comunidad de Santa Elena, región serrana de Parácuaro, donde nació el 16 de agosto de 1961, en una familia numerosa dedicada al campo.
La familia Carrillo fue marcada por la violencia, la precariedad, el trabajo duro. En distintos hechos violentos, en tiempos diferentes, Elpidia pierde a su padre y a su hermano Ramiro.
Radicada en Uruapan, trabaja en un restaurante y un día cualquiera, mientras cruzaba por la calle, la lente de un fotógrafo captó la especial belleza de la niña de 12 años.
A los 15 años, con el nombre de Piya en los créditos, a la sombra de un gran árbol y caminando en el campo, cantando en alemán, como una Malinche adolescente y desnuda, Elpidia forma parte de Pafnucio Santo (1976), la aventura esotérica, musical, simbólica, militante, mítica e histórica dirigida por Rafael Corkidi, que la incluye en el reparto de su siguiente película, Deseos (1977), versión muy personal de Al filo del agua, novela de Agustín Yáñez, estrenada algunos años después.
Con Gabriel Retes en la dirección actúa en Nuevo mundo (1976), relato controvertido sobre la fe, las apariciones y milagros, las zonas oscuras de la conquista y el mundo indígena, y en Bandera rota (1978), cinta político-policiaca sobre un crimen captado por jóvenes cineastas aficionados.
Emprende el camino hacia los Estados Unidos. Una ruta que la llevará a probar suerte en la industria, los grandes presupuestos, los grandes estudios.
Su debut en el cine hollywoodense es en 1982 en La frontera (The Border), de Tony Richardson, con Jack Nicholson, Harvey Keitel, Valerie Perrine y Warren Oates, drama sobre migrantes, corrupción y redención.
Un año después, al lado de Richard Gere y Michael Caine, bajo la dirección de John Mackenzie, actúa en Borrasca de pasiones (The Honorary Consul), basada en la novela de Graham Greene: revolución, affaire y secuestro.
Oliver Stone escribe el guion de Salvador (1986) y Elpidia es la salvadoreña María, en un romance con un periodista norteamericano (James Woods) en el marco de la lucha guerrillera en ese país, el asesinato de monseñor Romero y los intereses de los Estados Unidos en la zona.
La guerrilla es nuevamente el centro de la acción. Centroamérica, la CIA, los soviéticos, los oscuros resortes de la política, la ciencia ficción y un “viejo demonio” son los elementos explosivos que componen Depredador (Predator), de John McTiernan. Elpidia es Ana, una guerrillera que jugará un papel crucial en la aventura.
En sus eventuales viajes a México para hacer cine, la vemos en Ciudad de ciegos (Alberto Cortés, 1991), el cortometraje De tripas, corazón (Antonio Urrutia, 1996) o Un embrujo (Carlos Carrera, 1998).
Está con George Clooney en Solaris (Steven Soderbergh, 2002) y en un episodio de la serie El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro (2022), entre un intenso trabajo en cine y televisión.
Promotora del cine comunitario y del Festival Internacional de Cine sin Cines de Michoacán, que lleva el séptimo arte a lugares apartados, a públicos alejados de las salas, Elpidia Carrillo es una mujer ligada a su realidad, a su origen. Activista social, comprometida con la educación y la difusión artística y cultural, Elpidia ha estado presente como realizadora con los cortometrajes La odisea de Mateo y Killer Snake, en ediciones del Festival Internacional de Cine de Morelia.
La niña que ganó un mejor sueldo vestida con la ropa de su tierra, que modelaba trajes purépechas, sintió que en ese momento de encuentro con lo que en realidad era había nacido Elpidia. Así salió de su entorno, fue a Cherán, a Angahuan, a Charapan y se enamoró de su cultura. Para Elpidia Carrillo, salir al mundo fue encontrar su identidad, reconocerse en la tierra.
Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.
@vazquezgjaime