Asaid Castro/ACG – Morelia, Michoacán
«Aquí no reza la leyenda, “toda consulta causa honorarios”; no cobramos para revisar una máquina, tampoco para hacer un presupuesto, esto lo hacemos con cariño y nos gusta que nuestros clientes se vayan satisfechos» dice José Araiza, técnico de maquinas de escribir que le regresa la vida, personaliza y vende estos objetos.
Por las mañanas, cuando el ruido del centro comienza a hacerse cotidiano, José Araiza ya está en su lugar, entre decenas de teclas restauradas, cintas, resortes, piezas desgastadas y colores. Su taller, ubicado en Antonio Alzate, en el 610, es un santuario del orden, la nostalgia y la precisión.
Levanta el teléfono para responder un a un cliente, “no, no cobramos por sólo revisar las máquinas, abrimos de lunes a viernes, de 10 a 2, y de 5 a 7 de lunes a viernes, y sábados de 10 a 2, sólo somos muy religiosos con los puentes que se hacen”, dice a un cliente por llamada a quien le describe los servicios que ofrece: reparación, mantenimiento, limpieza y restauración de máquinas de escribir, calculadoras y otros equipos de oficina mecánicos.
Una vida entre engranes y teclas
José Araiza Govea nació en San Miguel de Allende, Guanajuato, pero fue criado desde pequeño en la Ciudad de México. A sus 75 años, lleva más de tres décadas viviendo en Morelia, donde se ha dedicado con esmero al oficio de técnico en reparación de máquinas de oficina.
Su vocación comenzó en los años 80, cuando trabajaba en un negocio en la calle República de Cuba, en el Centro Histórico de la capital del país.
«Yo entré como vendedor de piso», recuerda. «Vendíamos muchísimas máquinas, registradoras, protectores de cheques, calculadoras… Pero cuando me empezaron a recortar las comisiones, decidí aprender la parte técnica».
Y así lo hizo. Con disciplina y gusto por el orden —herencia de su padre, quien no le permitía quedarse ocioso ni un segundo—, José comenzó a organizar las refacciones del taller donde trabajaba. En poco tiempo, se volvió indispensable no solo por su conocimiento, sino por su capacidad para poner cada pieza en su sitio.
El taller como espejo del carácter
El espacio que hoy ocupa en Morelia es prueba de su método. “Huesitos” de maquinas, como el llama a sus refacciones, ordenadas con precisión, piezas clasificadas por modelo y marca, Hermes Baby, Olimpia, Remington y Olivetti son algunas; herramientas relucientes, cintas y teclas ordenadas por color. Todo parece tener un propósito en Casa Argos.
“El orden es lo primero. Muchos talleres tienen fugas económicas porque no saben lo que tienen”, comenta mientras abre un cajón con piezas tan variadas como los años de experiencia de José.
Cada máquina está perfectamente alineada, formando una pequeña sinfonía visual de épocas distintas, visibles entre anaqueles y las paredes del taller. Algunas parecen recién salidas de fábrica; otras esperan turno para recuperar su brillo. Hay modelos de los años 40, 60, 80… y José sabe de memoria su funcionamiento, sus fallas comunes, e incluso qué piezas son más difíciles de conseguir.
De las ventas al oficio
En la Ciudad de México, Araiza también manejó su propio negocio, aunque llegó un punto en el que quedó saturado de refacciones. «Los vendedores sabían que yo les compraba, así que el fin de semana ya sabían a dónde ir: con Araiza», recuerda con una sonrisa. «Llegó un momento en que tenía cajas y cajas… y decidí venirme a Michoacán en mi carro, ahí vendía todo».
Durante un tiempo, recorrió Morelia y sus alrededores vendiendo refacciones a otros talleres. Se hospedaba en el Hotel San Miguel y salía con su maleta llena de piezas. Le compraban bien. Había más de 30 talleres establecidos en la ciudad, además de otros tantos que trabajaban desde casa.
Así se abrió paso en el oficio local, hasta que decidió establecerse de manera definitiva. Ahora, su clientela incluye desde escritores y coleccionistas hasta jóvenes del área de medicina y secundarias en la ciudad.
José atiende personalmente a quienes buscan restaurar o dar mantenimiento a sus máquinas de escribir o calculadoras mecánicas. Además de los servicios técnicos, también vende piezas y accesorios difíciles de encontrar para modelos descontinuados, y hasta un cambio de color ofrece.
Un testimonio de oficio y persistencia
A pesar de la modernidad, José no teme por la desaparición de su trabajo. «Siempre hay alguien que valora estas máquinas. Lo bonito es que todavía tienen historia, alma. No son desechables».
Y su taller, en efecto, se siente más como una galería viva que como un simple espacio técnico. Uno puede pasar horas observando detalles, colores, engranajes, y por supuesto, escuchando las historias que José siempre tiene listas para compartir en su taller con olor a máquinas de escribir.