Mi país no sale del luto. Aquí el dos de octubre de 1968 es un bucle que cambia de lugar, de forma, de intereses, de nombre, de partido

Para León, Layla e Ivan.

Mi país no sale del luto. Aquí el dos de octubre de 1968 es un bucle que cambia de lugar, de forma, de intereses, de nombre, de partido. A mi país lo siguen obligando a beber la sangre de sus hijos día tras día. Y a pesar de eso, tenemos fuerza para sonreír, levantarnos de madrugada a ganar el pan nuestro de cada día, compartir un taco con el que no tiene ni eso. Tenemos la fuerza, la inteligencia, la necesidad rabiosa de crear para decirles que aquí estamos, que los observamos, que no ganarán.

Hoy tengo el honor de recordar a un hombre que hizo de la poesía y la militancia su forma de vida: Leopoldo Ayala Blanco, miembro activo y figura central del Movimiento Estudiantil del 68. Profesor, poeta, artista marginal, valiente, místico. Orgulloso padre del poeta Ivan Leroy Ayala, quien ha sabido honrar su legado.

No diré más sobre este día terrible, ya lo dijo todo Leopoldo en este emblemático poema:

YO ACUSO

Aquí, México.

Acribillados y muertos en un mítin popular.

Tlatelolco.

Plaza de las Tres culturas.

En pie.

La muerte impera en el imperio mexicano.

Hay reos de genocidio.

Llevo conmigo la batalla de 629 jóvenes

que habían cesado de resucitar.

Mis muñecas se doblan

murientes en la trinchera de sus gestos.

Llevo conmigo los cuerpos infantiles

rotos contra las baldosas

y que ha regresado el viento.

La sangre de sus cuerpos rotos

contra las baldosas, que el que sabe

del sabor del crimen

no ha podido hundir

en la porosidad del asfalto.

Tlatelolco pisotea la frente

y degüella la cabeza que estremecen

los gritos. Y yo acuso.

Yo acuso a las miras exactas,

idiotas de nacimiento

creyendo tomar el partido de perdonar

a la naturaleza, vomitando vivamente

su profecía de antropofagia.

Yo acuso a los muros

que equivocaron el futuro y fueron la agonía,

haciendo nupcias entre la luz pétrea del obús

y las espadas rodeadas de carne adolescente.

Yo acuso al cemento

donde se cumplieron las puertas

de la muerte boca abajo,

y a las azoteas panteones

de enterrados vivos

y bramidos de ciervos.

Yo acuso a la fosa común

y a los incineradores

y a la piedad sobre los ojos;

yo acuso al hoyo

como un lobo sobre la esperanza

y siempre solo en busca

de su imagen completa.

Por el dos de octubre

que quiso ser dos de noviembre mexicano.

Yo acuso al dos de octubre.

Yo acuso al laurel del poeta

porque hace mucho que la poesía

carece de flores y se forma en el grito

y en la coagulación de la sangre

que es la muerte de la sangre.

Yo acuso a las páginas de los diarios,

vaya un carcelero para despedir

el recuerdo largo terrible

y arreglar la época de nuevo.

Yo acuso a las iglesias

porque te bendigo hermano

y te maldigo en expresión del oro.

Yo acuso a los planes sobre el escritorio

y al ruido de la silla ejecutiva atornillada

a la emboscada y a la desesperanza.

Yo acuso al edificio seco de piedra

donde se renueva la palabra legal

y el último pensamiento y el grito que dijo:

”el responsable soy yo” y la garganta

y la lengua y la pareja que lo engendra

y lo hizo posible.

Yo acuso a la lista de desaparecidos,

a los proyectiles, a los vehículos,

a los frigoríficos, a los heridos con su carga,

al campo que custodia la paz

convertido en campo de concentración 68;

y a todo lo que va de pleno al golpe.

Yo acuso a las cárceles

y a las celdas duras

como latidos de mortero para dar cabida

a los perseguidos y no agrandarlos

y no esconderlos.

Yo acuso a mi país

por no lanzar sus cuerpos

como cuchillos afilados

y acometer como mariposas heridas

por las calles.

Yo acuso todo lo que vendrá

si a mi suelo el odio cincela perforaciones

y las enciende,

y porque rueda castillos

de cohetes de la infamia.

Yo acuso. Yo acuso.

Yo acuso a mi siglo

donde se baila.

Yo acuso a mi siglo

donde se bebe.

Yo acuso a mi siglo

donde se hace el amor voraz en diez minutos.

Yo acuso a mi siglo donde se apila a los vivos

y se abren las esclusas que queman

los párpados

y se grita a los muertos

y se mata y se derriba al hombre.

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com