Cuando elegimos un libro nos enfrentamos a una tarea difícil. Las librerías están llenas de historias por descubrir, pero elegir una, especialmente de autoras poco conocidas, puede ser complejo
Karina Ruiz Vega
Cuando elegimos un libro nos enfrentamos a una tarea difícil. Las librerías están llenas de historias por descubrir, pero elegir una, especialmente de autoras poco conocidas, puede ser complejo. Así, en un mercado de pulgas llegó a mis manos hace más de diez años Destinos a la deriva, de Yolanda Rossainz A., publicada en 1997 por Plaza y Valdés, una novela de ciento ochenta y seis páginas que aborda temáticas profundas con un estilo poético-simbólico.
La novela se enfoca en la atmósfera y el viaje interior. A través de metáforas como el agua, la deriva, el abandono y la pasión, se configura un universo marcado por la desgracia, la venganza y la vanidad. El lenguaje no es meramente descriptivo, sino poético, cargado de simbolismo. La narración mantiene un tono reflexivo y existencial, con momentos de conciencia del absurdo, como diría Camus: el desajuste entre la búsqueda de sentido y el silencio del universo. Esto se refleja en frases como: “la abuela lo maldijo, la madre le dio bendición” (p.44).
Los personajes no responden a perfiles clásicos. Funcionan más como vehículos emocionales o existenciales: soñar, perder, desaparecer. Un ejemplo claro es Fausto, quien dice: “Lo escrito, escrito está y nadie puede cambiarlo, aunque quiera” (p.172). La historia no avanza con una trama convencional, sino mediante el entrelazamiento de vivencias que revelan las personalidades y emociones de los personajes.
La novela tiene una gran potencia poética y emocional. Expone temas como la pasión, el vacío, la avaricia o el deseo, y muestra la deriva como condición universal. Invita al lector a preguntarse qué significa avanzar, cuánto se desvanece en el camino. Incluso lo involucra directamente: “Quien esté leyendo estas líneas, también es un personaje que, a su vez, está siendo leído por otro personaje” (p.181).
Sin embargo, hay aspectos que podrían mejorarse. La falta de una trama definida puede hacer que algunos lectores se sientan perdidos. El ritmo poético, aunque bello, puede volver denso el texto. Los personajes carecen de desarrollo psicológico claro; funcionan más como símbolos que como individuos. Además, los saltos entre la reflexión filosófica y la narración pueden sentirse abruptos o desconectados.
La obra también permite reflexionar sobre temas sociales como la lucha de clases y el aspiracionismo. Aunque Carola o Hilda parecen centrales, destaca Matilda, “la princesa mayor”, una mujer que odia ser pobre y hará lo necesario para dejar de serlo: “mujeres pobres con deseos de aparentar ser ricas” (p.13). “Ella quiere dinero porque odia ser pobre” (p.17). Este retrato toca el sueño aspiracional de muchas mexicanas.
El texto aborda situaciones crudas: violaciones, homofobia, travestismo, narcotráfico, violencia familiar, machismo y la objetivación de los cuerpos femeninos: “esos señores ricos... las trataban como si fueran un objeto sin valor”.
La novela nos deja una gran lección: dejar de esperar al “príncipe azul” que nos salvará de la pobreza. Con palabras de Matilda cierro esta lectura: “Todos los hombres ricos son iguales; para ellos, las mujeres pobres son como las naranjas jugosas; les sacan el jugo y luego las tiran”. (p.58)
Karina Ruiz Vega, feminista interseccional, poeta egresada de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UMSNH, licenciada en derecho por el IUM, maestranda en Estudios de Género, ha destacado por su trabajo en la promoción y defensa de los derechos humanos de las mujeres y ha sido galardona con el Premio Estatal a la Juventud 2023; ha participado en diversos foros, paneles, congresos, parlamentos, en pro del avance de la igualdad sustantiva.