La vida en servicio de Oswaldo García Cisneros, como Policía Federal de Caminos.
Alfredo Soria/ACG
Morelia, Mich., a 19 de julio.- El Comisario Oswaldo García Cisneros patrulló las carreteras de México durante casi cuatro décadas. Su historia, marcada por la disciplina y el sacrificio, es un reflejo de una era en la Policía Federal de Caminos que hoy es recordada con nostalgia.
Egresado de la generación 40 de la Escuela de la Policía Federal de Caminos, dedicó 38 años de su vida al servicio público, primero como motociclista y luego en diferentes cargos de mando, siempre bajo el lema que aprendió desde el inicio: “Disciplina, lealtad, sacrificio. Fibra, corazón, fuerza”. Consigna que se convirtió en una forma de vida.
Su vocación nació desde casa. Su padre, aunque no pudo ingresar a la corporación, admiraba profundamente el uniforme y contagió esa pasión a sus hijos. Oswaldo creció viendo a tíos y primos que portaban la placa con orgullo.
Cuando se presentó a los exámenes de ingreso, superó una serie de pruebas físicas, psicológicas, académicas y de manejo que muchos no lograban pasar; el filtro era riguroso.
Durante sus años de patrullaje, la carretera fue su oficina y su campo de batalla. Con su Kawasaki Police 1000, una moto de línea gruesa y presencia imponente, recorrió miles de kilómetros en comisiones por todo el país. Participó en múltiples operativos, eventos presidenciales y giras de Estado. En 1990, le tocó escoltar en motocicleta al Papa Juan Pablo II.
Al final del operativo, en el Hangar Presidencial, recibió de manos del pontífice un rosario bendecido. “Toda mi vida lo he conservado. Para mí fue un momento muy especial”, recuerda.
En 2001, durante la caravana del subcomandante Marcos hacia la Ciudad de México, Oswaldo era parte del dispositivo de seguridad. En el kilómetro 159 de la autopista México–Querétaro, un autobús de la caravana perdió los frenos y se llevó consigo a 11 vehículos y dos motocicletas de la Policía Federal.
Su compañero murió en el impacto. A él lo proyectó fuera del camino. “Gracias a Dios la puedo contar”, dice. Fue uno de los episodios más duros de su carrera, pero no el único.
Ya en otros cargos, como director de Seguridad Pública Municipal, comisario regional y director de un centro penitenciario, enfrentó situaciones extremas. En una ocasión, su camioneta recibió 183 disparos durante una emboscada.
“No era blindada. Encontraron 200 y tantos casquillos y solo una esquirla en el glúteo.”, dice, con un dejo de humor que intenta aliviar lo vivido. También recuerda con pesar su primer accidente como oficial: catorce jóvenes fallecidos en un choque. “Imagínese el impacto…”, comenta, y guarda silencio.
A pesar de tantos riesgos, Oswaldo no se queja. “No me puedo quejar, viví muchas cosas y disfruté mi carrera”, afirma. Para él, el servicio tenía un sentido profundo: “Nosotros educábamos ciudadanos, no solo los sancionábamos.
Hoy, ya retirado, Oswaldo participa en actividades de la Fraternidad Internacional de Oficiales de la Policía Federal de Caminos. Mantiene contacto con colegas que, como él, lamentan la desaparición de la corporación, aunque evita centrarse en críticas. Deja claro, sin embargo, que la Policía Federal fue “una institución bien estructurada” que no merecía ser juzgada solo por los errores de algunos mandos.
Más allá de los reconocimientos, valora las experiencias que le dejó su vocación. Durante años, en servicio, resguardó eventos como la Carrera Panamericana y acompañó caravanas ciclistas por distintas rutas del país.
“Yo hice lo que me gustaba: ser policía de caminos”, menciona como si fuera su despedida y su declaración de vida. Hoy, desde la memoria, sigue patrullando.