Navidad: cuando los patrones sociales se desordenan
Diciembre suele pensarse como un mes de cierre y celebración, pero visto con cierta distancia analítica, es también un periodo donde se alteran de manera simultánea varios patrones sociales que el resto del año se mantienen relativamente estables. No se trata de estados de ánimo colectivos ni de interpretaciones emocionales, sino de comportamientos observables que, año con año, tienden a concentrarse en este periodo.
Uno de los indicadores más claros se observa en la salud pública, particularmente en los hábitos de sueño. Datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) muestran que, durante periodos vacacionales prolongados —como diciembre y enero—, aumenta el porcentaje de personas que duermen menos de seis horas por noche y se fragmentan los horarios de descanso. No se trata necesariamente de insomnio clínico, sino de una alteración de rutinas: acostarse más tarde, despertarse más temprano o dormir de manera irregular. Es un fenómeno que se repite con mayor intensidad en adultos en edad laboral, incluso cuando socialmente se asume que este periodo implica descanso.
Desde la neurociencia del comportamiento se sabe que los hábitos no se sostienen por intención, sino por repetición. Diversos estudios han mostrado que las rutinas cotidianas se consolidan en circuitos neuronales específicos —principalmente en los ganglios basales— que permiten ejecutar conductas con menor esfuerzo cognitivo. Cuando estos patrones se interrumpen durante varias semanas, el cerebro no entra en pausa: se adapta. Esa adaptación implica que acciones antes automáticas comiencen a requerir mayor energía mental.
Por ello, resulta engañosa la idea de que el orden puede retomarse intacto una vez pasada la excepción. El cerebro no responde al calendario simbólico, sino a la consistencia. No existe un reinicio neurológico por cambio de año. La dificultad para volver a la rutina no es falta de disciplina ni de voluntad, sino el efecto esperable de haber debilitado automatismos que requieren continuidad para sostenerse.
En la economía doméstica, diciembre presenta también una anomalía clara. Datos del INEGI muestran que el gasto de los hogares mexicanos alcanza su punto más alto del año durante este mes, superando el promedio mensual. El incremento no responde únicamente a consumo planificado, sino a decisiones excepcionales que se justifican como temporales. Sin embargo, ese esfuerzo económico no desaparece con el cambio de año: se redistribuye y condiciona los meses posteriores.
El ámbito laboral muestra un patrón distinto, pero igualmente revelador. Diciembre no es un mes de alta productividad, sino de transición. A partir de la primera quincena, muchos procesos se detienen, los proyectos nuevos se posponen y el trabajo entra en una lógica de cierre más que de creación. Se permanece disponible y se responde, pero la producción efectiva disminuye.
En paralelo, el entorno digital experimenta cambios visibles. Durante este periodo aumenta el tiempo de uso de redes sociales y el consumo de contenido, particularmente en horarios nocturnos. Informes sobre comportamiento digital muestran picos de conexión durante las vacaciones, aunque sin un aumento proporcional en interacciones profundas. Se publica más, pero no necesariamente se dialoga mejor.
No es casual que coincidan la fragmentación del sueño y el incremento del consumo digital nocturno. Ambos responden a la misma lógica de desregulación de ritmos. Cuando los límites horarios se diluyen, el cerebro busca estímulos disponibles, incluso a costa del descanso.
Vistos en conjunto, estos patrones permiten una lectura distinta de la Navidad. Más que una fecha emocional, diciembre funciona como un periodo de excepción donde se aflojan rutinas y se normaliza la interrupción del orden cotidiano. No crea problemas nuevos; los concentra.
Tal vez por eso vale la pena pensarlo de otro modo. No se trata de ser estrictos ni de negar la flexibilidad propia de la temporada, sino de reconocer que sostener ciertos hábitos —aunque sea de forma menos rígida— tiene menos que ver con actitud y más con identidad. Mantener continuidad no es un gesto moral, sino una forma de cuidar la construcción personal que se ha trabajado durante el año.