Ha forjado una prolífica carrera literaria en Morelia, cultivando particularmente el cuento, la crónica, la columna y la novela
Víctor E. Rodríguez Méndez, colaborador La Voz de Michoacán
A punto de cumplir los 70 años, se considera una persona muy conciliada con las cosas que en el pasado le creaban mucha emoción y atención. “Me da la impresión de que mi vida pasada fue de muchas intensidades, a veces a lo puro pendejo”, dice con su peculiar humor. “Hoy no tengo mala vibra con nadie, trato de llevarme bien con todos y trato de mantener las opiniones y actitudes que pudieran incomodar a buen recaudo. No tengo ganas de importunar a nadie”.
Raúl Mejía (Ciudad de México, 1956) ha forjado una prolífica carrera literaria en Morelia, cultivando particularmente el cuento, la crónica, la columna y la novela. Su literatura, marcada por una prosa irónica y experimental —muchas veces mordaz—, explora los intersticios de la realidad cotidiana y se adentra continuamente en lo absurdo de lo ordinario. Aunque su producción no ha alcanzado la visibilidad de los circuitos editoriales centrales, Mejía García representa la vitalidad de la literatura independiente, utilizando plataformas como Amazon para democratizar su acceso y conectar con lectores periféricos, lo que le permite ser leído globalmente sin mediaciones.
Ha combinado la escritura con diversas actividades en el ámbito cultural y educativo, incluida la docencia. “Fui burócrata la mayor parte de los 41 años que coticé en el IMSS”, señala. Además, ha coordinado la revista cultural Babel y ha conducido programas de radio y televisión en Michoacán, lo que le ha permitido mantener un vínculo directo con la comunidad local. Mejía explora hoy día la “historia imaginaria” de su ciudad adoptiva con un estilo que invita a reflexionar sobre el presente y el pasado, con el humor sirviendo siempre como catarsis.
Su bibliografía incluye al menos diez títulos, varios de ellos autoeditados o publicados de manera independiente, entre ellos: Pertenecer (novela, 2008), Ni se molesten, conozco la salida (novela biográfica, 2020) y No pise el pasto (novela, 2023). En los últimos años ha intensificado su colaboración con la revista digital Revés, donde explora formatos híbridos entre ficción y crónica. Esta faceta periodística le ha permitido documentar la vida michoacana contemporánea, marcada por la migración, la violencia sutil y las transformaciones urbanas e interpersonales, temas que permean su narrativa.
—¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tienes de haber sentido la necesidad de escribir?
—En tercero de primaria el libro de historia y civismo narraba la historia de la conquista, y recuerdo que puse en todo el libro globitos de cómic contando una historia paralela con cosas que pasaban en el salón. Fue un libro muy famoso en mi grupo. Después, en la prepa, publiqué un texto en una revista que se llamaba La Chispa, era una crítica a algunas materias. Siempre me ha gustado más que nada leer, y cuando uno lee, se te facilita escribir.
—¿Y cómo evolucionó esa urgencia de escribir a lo largo de las décadas siguientes hasta la actualidad?
—Cuando estaba muy chavo tenía el sueño de ser un escritor, y fue por varias etapas, desde Julio Verne y los libros de aventuras, que a mí me gustaban mucho; después vinieron José Agustín y Carlos Fuentes en la juventud. Siempre creí que iba a ser escritor, pero conforme pasan los años la realidad te pone en tu lugar y —al menos la parte de la escritura que tiene que ver con la trascendencia— te deja ver que no depende tanto de que tú quieras o tengas capacidad, sino de otros factores. Con el tiempo me convertí en una persona aficionada a escribir a la que le salían bien las cosas, y ahora de viejo me queda claro que tengo más herramientas para escribir y, sobre todo, que tengo una cantidad de lectores que no tiene nada que ver con Anagrama ni Alfaguara, sino con mis lectores de Facebook. Si tengo unos 50 lectores son más de los que alguna vez hubiera creído tener y con eso me conformo.
—¿Hay algún autor o un libro que haya marcado tu juventud y que de alguna manera lo consideres una influencia?
—Hay tres libros muy importantes: Demian, Siddhartha y El lobo estepario de Hermann Hesse, sobre todo, y un poquito después El laberinto de la soledad de Octavio Paz. Luego empecé a leer a Gabriel Zaid… Si a alguien le debo algo como escribidor es a Gabriel Zaid, sin duda, especialmente por La poesía en la práctica y El progreso improductivo. Todo lo que finalmente terminé por creer de la educación en general, y de la educación universitaria en particular, se lo debo a ese libro.
—Sin tapujos, ¿dónde te ubicas dentro del panorama literario en Michoacán?
—Es tan poco exigente el entorno michoacano en términos de literatura que no se necesita gran cosa para que tengas una posición de reconocimiento. Si los 50 años de estar haciéndolo no te sirven para escribir, de manera que a la gente le guste o le entretenga, entonces ¿para qué estás haciéndolo? Todo lo que ha sido mi vida profesional está vinculada a la lectura y la escritura; lo que hice en términos laborales y profesionales siempre estuvo vinculado a libros, periódicos, revistas y a escribir. Entonces, para el nivel tan modesto que se tiene en Michoacán —no creo en la “literatura michoacana”—, salvo cuatro o cinco autores que salen de la media actualmente, tengo la impresión de que no soy malo.
—¿Cómo influye en un escritor vivir en Morelia?
—Influye porque Morelia es una ciudad absolutamente viciada, es como una casa en la que nunca se abren las ventanas, que tiene una capacidad inaudita de matar los sueños. Cuando uno ve a personas que descuellan en algo es porque se van de Morelia. Esta ciudad tiene una especie de virus para la mediocridad, que no es culpa de quienes se dedican a ciertas actividades, sino de que algo hay en este entorno que hace que no se sobresalga.
—Algo tendrá que ver con el centralismo en el mundo editorial mexicano…
—Bueno, todo el país ha sido construido a partir del centralismo. Aquí, cuando se habla de literatura, casi todos los escritores son de Morelia. El asunto no es que seamos regionales —lo cual es muy valioso—, sino que no sabemos qué hacer con eso cuando lo convertimos en literatura, porque no tenemos estructuras para que trascienda. No sé qué nos falta, porque podría decir: “Es que hacen falta editoriales”. De hecho, ahorita hay un proyecto editorial muy ambicioso a través de la 4T y aun así no va a pasar nada, porque el hecho de que haya muchas publicaciones lo único que va hacer es incrementar la medianía. Dice una máxima económica: “Lo más barato es lo que abunda”. Y así pasa acá.
—¿Existe o puede existir la novela michoacana?
—Es una pregunta interesante. Soy más afecto a leer literatura en inglés —casi siempre en traducciones— que leer literatura en español. Philip Roth, John Dos Passos y Jonathan Franzen han hecho de Nueva York, por ejemplo, casi un motivo literario que se puede rastrear históricamente, lo mismo que hizo Carlos Fuentes con la Ciudad de México. Entonces, ¿qué se necesita para que haya una literatura que refleje a Michoacán? No basta mencionarlo ni hacer poemas o postales; nunca hemos logrado atrapar algo de lo que es Morelia como una inspiración literaria. A mí me encantaría que tuviéramos un Dickens que nos mostrara lo que hizo él con el Londres de su época, que tuviéramos una novela que nos mostrara esos entramados familiares que le dieron santo y seña a la Morelia que se conformó a principios del siglo 20, es decir, el tipo de relaciones familiares que dieron lugar a esta sociedad rentista y becaria de Morelia, cosa que no pasó en Guadalajara ni en Tijuana ni en Monterrey. Si te fijas, la literatura importante fuera de la Ciudad de México es en Guadalajara, en el norte, incluso hasta en Veracruz, pero nosotros no. Uno de los pocos ejemplos es la reciente novela de Sergio Monreal, que es sobre un moreliano, pero sólo una parte pasa en Morelia, y no es crítica porque él lo quiso hacer así, ya que la cuestión de Morelia y o familiares con Morelia es más bien escenografía. No he leído otro tipo de novelas, porque cuentos sí, pero hacer una novela requiere nervios y mucha disciplina.
—¿Cómo percibes el contraste generacional actual?
—Nunca he sido parte de ningún grupo de escritores. La manera en la que me he relacionado con ellos es a través de lo que escriben. Cuando se dio la etapa final de los suplementos culturales —que eran vehículos de difusión muy importantes— nosotros no nos pelábamos mucho, y esa fragmentación no necesariamente tiene que ser de cuates, pero al menos sí de cierta objetividad para leer sus obras, y eso no lo hemos hecho nunca. Somos una sociedad de chismes en Morelia. Es decir, no tenemos ese tipo de generosidad.
—En ese panorama, ¿cómo percibes la construcción posible de una carrera literaria de la gente joven que hoy, a diferencia de ustedes, tiene acceso a redes sociales y publicaciones digitales?
—Las generaciones actuales de gente que escribe —y que pinta y que actúa— son muchísimas más, pero no quiere decir que por eso van a ser más trascendentes, simplemente van a estar en más partes. Hay mercado o nichos de lectores para casi todos, pero la posibilidad de que tú trasciendas está prácticamente cancelada porque el mercado editorial está copado por más o menos tres editoriales en el mundo, a las que sólo les interesa un producto rentable.
—Sobre tu escritura, ¿consideras que hay un tema que atraviese en general toda tu obra?
—A mí el asunto de la gramática con la que opera la sociedad moreliana me llama la atención y quisiera tener la habilidad para hacer una novela de eso. Si algo puede definir mi escritura tiene que ver con el humor, porque el humor no es algo que se practique mucho en la literatura de México y a mí me interesa mucho hacer ironía y sarcasmo sobre algunas cosas que ocurren en la sociedad o que me ocurren a mí. Los dos libros últimos que escribí (una autobiografía con muy poco de ficción y otro que es una biografía novelada) tienen que ver con Morelia, con esas actitudes agrias y sobradas de ciertos morelianos que hablan de esa Morelia anterior de complicidades rentistas. Porque no es lo mismo haber vivido en la Chapultepec que en Carrillo. Era una realidad muy diferente que a mí me gustaría llevar a una novela, pero no tengo capacidad para eso.
—¿Crees que el humor es una herramienta para escribir sobre lo que nos pasa y no caer en la desesperanza absoluta?
—Lo que hago es retratar ciertas actitudes de un determinado grupo social, no para burlarme de ellos, sino para ver hasta qué grado caen en lo chusco con la manera en que se expresan y actúan, porque encanta mucho a una sociedad rentista que se les reconozca. Morelia es una ciudad muy pachorruda, muy poco osada y sirve para eso. ¿Qué más puede hacer alguien que escribe una novela? Pues mostrarlo. Jonathan Franzen hace unas sagas familiares que no tienen madre y uno ve que lo que se trata es de conocer dónde están las partes ridículas de las familias para llevar a cabo grandes empresas y grandes fortunas.
—¿Cuál es el vínculo afectivo que tienes con la literatura?
—Durante toda mi vida he leído mucho, pero ahora —desde que me jubilé— la relación que tengo con la literatura casi raya en lo enfermizo. Tengo todo el tiempo para leer y lo empleo casi todo en ello; no veo tanto cine ni tantas series: yo leo mucho y es algo que me satisface muchísimo. Además, leo cosas muy buenas. Nada me gusta más que leer. Eso solamente se hace cuando no tienes nada qué hacer.
—Si tuvieras que recomendar tres libros a un joven lector que nunca lo ha leído, ¿cuáles elegirías?
—Demian es un libro que a cualquier joven lo hace reflexionar mucho sobre su vida y sobre quién es.
—¿Y qué libro ajeno desearías haber escrito?
—A mí me hubiera gustado escribir Pastoral americana de Philip Roth. Ese libro me impactó, es una maravilla, pero también Los Buddenbrook de Thomas Mann, o sea, todo lo que tenga que ver con sagas familiares a mí me gustan mucho, mucho, mucho.
Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.