Por Félix Madrigal
Morelia, Michoacán.– No todos los guardianes del Panteón Municipal llevan flores o cirios; algunos, como el que yace tras los barrotes de hierro en la sección antigua, custodian algo más que un sepulcro. El llamado “Ángel enjaulado” no figura en los registros de milagros ni en los libros de arte sacro, pero su sola presencia basta para alterar el aire cuando uno se acerca.
Entre criptas y tumbas centenarias, la escultura de mármol blanco parece mirar a los visitantes con paciencia. Sus alas, conservan el pulido del tiempo y una sensación de paz. Alrededor, una estructura metálica se levanta como una celda o una jaula, pero nadie sabe con certeza si fue colocada para proteger la obra o para evitar que el ángel haga aquello que su forma promete: volar.
Algunos dicen que por las noches se escucha un sonido similar a un aleteo de ave grande, aunque no haya árboles cerca. Otros aseguran que las rejas, pese a los años, amanecen a veces ligeramente torcidas, como si algo hubiese empujado desde dentro.
La tumba pertenece a una antigua familia moreliana, pero los apellidos se borraron con la lluvia y la historia. Lo que queda es el mito, transmitido de boca en boca, que convierte a esa figura en una frontera entre lo divino y lo maldito.
Hay quien afirma que el ángel fue esculpido por un artista italiano que buscaba redimir una culpa personal, y que al terminarlo, al ver la perfección del rostro, pidió que se encerrara para que ninguna mirada humana lo corrompiera. Otros, más escépticos, aseguran que la jaula se colocó simplemente para evitar saqueos. Sin embargo, el rumor persiste: el ángel no soporta el encierro.
Con el paso de los años, la escultura se ha vuelto una suerte de leyenda viva dentro del panteón. Los curiosos se acercan, otros tocan las rejas con cautela. El mármol, dicen, guarda una temperatura distinta al resto: ni fría ni cálida, sino algo que recuerda al pulso.
Entre todas las historias que habitan el cementerio, la del ángel enjaulado es quizás la más silenciosa. No necesita aparecerse ni moverse para inquietar; basta su quietud. En Morelia, donde los muertos son parte del paisaje y las ofrendas se mezclan con la bruma, ese ángel sigue ahí, encerrado en su misterio, esperando —quizá— el momento de volver a desplegar las alas.