Hoy Morelia conmemoró el 34 aniversario de la declaratoria de su Centro Histórico como Patrimonio Mundial por la UNESCO, en sus calles ocurre un proceso silencioso y persistente: la desaparición de la vida cotidiana que le dio sentido a ese reconocimiento. Detrás de las fachadas restauradas y los monumentos iluminados, el centro se vacía de habitantes, de oficios domésticos y de espacios interiores que alguna vez contaron la historia diaria de la ciudad.
Por Asaid Castro
Morelia, Michoacán.— La placa de la UNESCO en Plaza de Armas, recuerda que, en 1991, el Centro Histórico fue inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial. No fue solo por sus más de mil monumentos históricos, sino por el valor del conjunto urbano: la traza, las plazas, los jardines y, sobre todo, las construcciones pequeñas y medianas que enmarcan los grandes templos y edificios civiles.
Sin embargo, a 34 años de ese nombramiento, ese patrimonio “menos visible” es hoy el más vulnerable. Así lo advirtió la doctora en Arquitectura Catherine Rose Ettinger Mc Enulty, durante su intervención en la conmemoración del aniversario, al señalar que el centro no puede entenderse únicamente desde sus monumentos restaurados, sino desde las casas que durante décadas fueron habitadas y hoy están abandonadas, mutiladas o reconvertidas.
Ettinger explicó que, en términos de grandes monumentos, el balance es positivo: la Catedral, el Acueducto, Palacio de Gobierno, templos, museos y plazas han sido intervenidos y se encuentran en mejores condiciones que hace tres décadas. Las banquetas se renovaron, el cableado se ocultó, los jardines se remodelaron y la iluminación escénica reforzó la imagen urbana.
Pero esos avances, dijo, representan solo una fracción del Centro Histórico. La mayor parte del patrimonio reconocido por la UNESCO está conformado por estructuras pequeñas y medianas, muchas de principios del siglo XX y, en su mayoría, casas habitación que hoy enfrentan abandono, deterioro o transformaciones agresivas.
Un centro que se vacía: la despoblación del Centro
El problema de fondo, advirtió la especialista, es un proceso de despoblación que el Centro Histórico arrastra desde hace décadas. La salida de los habitantes no solo deja casas vacías: modifica por completo la dinámica urbana y social del corazón de la ciudad.
“La desaparición del uso habitacional implica muchos otros cambios para el centro, incluyendo la merma o desaparición de los pequeños negocios que atendían las necesidades cotidianas de los residentes”, señaló.
Carnicerías, panaderías, tiendas de barrio y mercados han ido desapareciendo, sustituidos por comercios de gran escala y giros orientados al consumo rápido, como lo turístico, o tiendas chinas.
Con el abandono del espacio central, las viviendas dejaron de ser lugares de vida para convertirse en inversiones. Casas que guardaban recuerdos, rutinas y relaciones vecinales hoy se fragmentan para rentarse o venderse, muchas veces sin una restauración adecuada y con intervenciones que alteran su estructura original.
Los patios abiertos, otros que desaparecen
Ettinger fue clara al describir una escena cada vez más común: casonas “destazadas” para convertirse en tiendas de artículos importados, telefonías, zapaterías o negocios de distintos giros. Los patios se techan, las áreas verdes desaparecen y se rompe el equilibrio entre espacios abiertos y cerrados que definía a la arquitectura tradicional del centro.
Áreas que antes fueron huertos, caballerizas o espacios de servicio se convierten en bodegas o departamentos. Estas pérdidas, advirtió, no solo afectan la imagen urbana, sino que eliminan vestigios fundamentales para comprender la historia social de Morelia.
“El patrimonio no es solo un objeto bello para uso turístico, es un testimonio histórico”, señaló. Las pequeñas casas de adobe, con puerta y ventana, permiten entender que el centro no fue únicamente un espacio de élites, sino un lugar habitado por una población diversa: trabajadores, indígenas y afrodescendientes.
Incluso las restauraciones “exitosas” pueden borrar esa memoria. Entrar hoy a un banco o una tienda sin saber que ahí existió un patio, una cocina o un comedor familiar es parte de esa desconexión, según apunto.
Desaparecen los rastros de la vida cotidiana: piletas, hornos, corrales, costureros, espacios que narraban cómo se habitaba la ciudad.
A 34 años del nombramiento como Patrimonio Mundial, el Centro Histórico de Morelia enfrenta un dilema profundo: conservar edificios sin conservar la vida que los hizo posibles. La despoblación y la desocialización avanzan mientras el centro se consolida como un espacio de consumo y turismo, pero cada vez menos como un lugar para vivir.