Félix Madrigal/ACG – Morelia, Michoacán

Lo hacen con letras grandes, colores vivos y trazos firmes que anuncian desde “Jaripeo este domingo” hasta “Centro Botanero Mamitas”. Son los rótulos, ese arte popular que no solo decora, sino que cuenta historias, identifica negocios y refleja la vida cotidiana de los barrios.

En Morelia, uno de los guardianes de esta tradición es José Antonio Lázaro, también conocido como “Tony”, como su padre. A sus 22 años, ya carga con el peso y el orgullo de un legado familiar que comenzó con su abuelo, continuó con su padre y que ahora él sostiene con pulso firme.

“Yo tengo como ocho o diez años pintando, pero desde niño ayudaba a mis papás los fines de semana. Mi papá lleva más de 25 años en esto, y ahora que está enfermo me tocó seguir su legado”, cuenta mientras mide las líneas del espacio del rótulo.

En México, los rótulos se pueden encontrar en mercados, tianguis, en las paredes de los barrios y ventanas de negocios. No son simples anuncios: son piezas de arte popular, hechas a mano, que combinan letras, dibujos y colores que saltan a la vista. Tony lo sabe bien. Aprendió mirando, absorbiendo cada movimiento de su padre: primero los colores, luego las sombras y, al final, el delineado.

“Lo más importante es tener buen pulso, y eso sólo se gana con años de práctica”.

Su primera gran obra fue hace cuatro años, cuando pintó solo una barda cerca del Mercado de Abastos. “Ahí sentí que podía pararme frente a un muro y dejar mi huella”. Y esa huella hoy está en propaganda de jaripeos, bailes, locales esotéricos, centros nocturnos y, en temporada, campañas políticas.

La familia entera ha sido parte de este oficio: hermanas, tías, tíos y su abuelo. Antes, tenían trabajadores, pero la pandemia mermó el trabajo y ahora todo queda en manos de la familia.

“Ya no es como antes, pero aquí seguimos, porque no se trata solo de dinero, sino de mantener viva una tradición”.

En un mundo lleno de pantallas y anuncios digitales, los rótulos siguen siendo la voz pintada de las calles, una voz que Tony mantiene viva con cada brochazo. Porque, mientras haya muros que contar y colores que gritar, habrá rotuladores dispuestos a escribir la historia en ellos.