Mirador Ambiental
No es nuevo y está a la vista, la agenda ambiental que supone compromisos con el medio ambiente tanto en el terreno de las palabras como en el de los hechos se ha venido diluyendo.
La caída ha venido ocurriendo en los últimos 10 años derivado de varios factores como la resistencia de los grandes consorcios a ajustarse a los criterios de sostenibilidad, la introducción de energías descarbonizadas, el florecimiento de los negacionismos que banalizan la crisis ambiental que vive el planeta, ocasionada por las actividades antropogénicas, el surgimiento de conflictos de guerra que pegan en el corazón de cualquier política sostenible, la emergencia de gobiernos populistas, tanto de derechas como de izquierdas que en sus afanes nacionalistas y proteccionistas buscan potenciar al máximo los aprovechamientos de hidrocarburos, mineros y de recursos naturales.
El presentismo económico, ese tipo de pensamiento que desecha la prudencia frente a los futuros escenarios adversos, causados por los desequilibrios ecológicos, en aras de un pragmatismo extremo que resume su actuación en la frase “las ganancias son hoy”, se ha apoderado del mundo contemporáneo.
La predominancia en el gobierno estadounidense de un rechazo abierto y feroz contra el medio ambientalismo ha calado y seguirá calando profundo en la definición de los compromisos ambientales de las naciones del mundo.
El “Proyecto 2025”, propuesto a Donald Trump por la conservadora Fundación Heritage, y del cual se ha nutrido para generar las políticas de su gobierno, aborda en 150 de las 900 páginas de que consta, propuestas que revierten los compromisos del gobierno estadounidense con el cuidado ecológico de su país y del mundo. La influencia que ejerce el vecino del norte en la mayoría de las economías y que ha profundizado sus rasgos autoritarios a través de la guerra arancelaria, está sembrando, bajo presión, las condiciones para acorralar los avances en materia medio ambiental y permitir la sobreexplotación de recursos, como no se había visto antes.
De manera lamentable, México, desde otra perspectiva populista, ya se había adelantado desde el año 2019 a golpear y desmembrar a su sector ambiental y con ello a inutilizar su acervo constitucional e institucional, convirtiendo a su política ambiental en una entidad intrascendente e inocua. No resulta extraño, entonces, que el Índice de Desempeño frente al Cambio Climático (CCPI), haya colocado a México, que es la economía número 16 del mundo, en el lugar 38 entre 180 países medidos de acuerdo con sus indicadores, señalando que el país habría caído 7 lugares entre 2023 y 2024, ubicándolo como el quinto país con mayor pérdida de bosques y selvas (600 mil hectáreas por año) y en el noveno lugar entre los países que más gases de efecto invernadero (GEI) producen.
En la medición que hace anualmente el Centro de Derecho y Política Ambiental de la Universidad de Yale a través de indicadores como contaminación, manejo de la basura, sustentabilidad de la pesca, cambio climático, bosques y agua, entre otros, a nuestro país le va peor pues ocupa el lugar 94 entre 180 naciones estudiadas. El desvanecimiento de la agenda ambiental ha provocado en el plano del discurso gubernamental mexicano la adopción de un medio ambientalismo de jardinería, es decir, ocuparse de lo leve que no implica mucho y que da publicidad, pero dejando intocable lo grave y lo profundo como es la deforestación ilegal, el cambio de uso de suelo, la sobreexplotación minera, la pérdida de ecosistemas y la privatización de aguas, ya no se diga, la inversión en fortalecimiento de justicia ambiental y mucho menos en justicia climática.
El desvanecimiento de la política ambiental, sin embargo, no ha tocado fondo. El acuerdo para retirar las barreras comerciales no arancelarias, que incluyen entre otras, quitar las restricciones al ingreso del glifosato o paso libre a la biotecnología agrícola, que echan por la borda el acuerdo presidencial de prohibición del glifosato y de la importación de maíz transgénico, son el anuncio de lo que viene con la renegociación del T-mec en materia medio ambiental.
El abordaje en México de una agenda profunda, que vaya más allá de la simple jardinería publicitaria, encontrará —si una decisión así se tomara— obstáculos que ya son evidentemente estructurales y que no podrán ser superados si no es a través de una política de ruptura con el modelo que se ha construido, y que necesitará de una idea de nación ambiental, de vínculo internacional y de compromiso ambiental, distinto al que hasta ahora se ha asumido. Si el gobierno cree que engaña a la sociedad con el discurso de ambientalismo superficial, pronto se encontrará con las consecuencias prácticas de su claudicación.
Casos como el arrasamiento de bosques en Michoacán, la destrucción de la selva Maya por un tren pesimamente planificado, el ingreso de maíz transgénico y el glifosato que golpearán el corazón del campo mexicano, o la privatización de aguas en un contexto de fenómenos climáticos extremos, serán suficientes para poner patas arriba la gobernabilidad del país.
El autor es experto en temas ambientales, analista político, e integrante del Consejo Estatal de Ecología