La ceremonia avanza con una lentitud que recuerda a los documentales soviéticos, marcada por aplausos pautados y silencios que pesan más que las palabras
Alejandro Sosa, colaborador La Voz de Michoacán
Una tarde de septiembre en Pátzcuaro, uno de esos llamados pueblos mágicos en el estado de Michoacán, se disponía un salón del palacio municipal para ser la sede de la ceremonia de arranque del encuentro de comisiones fílmicas de México. La tarde era lluviosa y, debido a un retraso de SECTUR , se informó a los comisionados que la reunión se cambiaría una hora después. Alejandro (50), crítico de cine, productor, realizador y miembro activo de la comisión fílmica de Morelia, se dirige a la reunión. Cobijado con el entusiasmo de asistir, llega a Pátzcuaro con antelación. Su primer movimiento es ir al portal a los helados y comprar su clásica nieve de pasta con zarzamora. Después, se dirige a La Surtidora para comprar un café expreso doble y un panecillo de membrillo, mientras hace tiempo para la reunión.
INT / SET DE FILMACIÓN - PALACIO MUNICIPAL / NOCHE
En este mismo salón donde hace algunos años presenció una filmación —el personaje, un padre que perdió a su hija, toca el piano y en cada nota revive su presencia, envolviendo el espacio en una atmósfera tenue y conmovedora, cargada de una verdad cinematográfica y de una luz que solo el cine es capaz de contener—, hoy se encuentra de nuevo en el set, pero bajo otra luz. Lo que antes era un momento de energía estética, de vibración poética contra el vacío, se ha transformado en una representación distinta: la de una ceremonia oficial, donde lo artístico se sustituye por lo protocolario. La escena, en su rigidez, parece ficción, pero una ficción mal construida. Los diálogos son repetidos, la escenografía rígida, y un guion burocrático, escrito en un lenguaje de folletos, reduce lo vivo a lo estático. Esta reflexión no pretende ser una denuncia, sino la formulación de una pregunta íntima, casi una voz en off que no encuentra a su protagonista: ¿cómo fue que el cine, la gran fábrica de sueños y rebeliones, llegó a este punto?
La apertura del evento comienza con un retraso que se anuncia como cortesía para los comisionados “para dar más tiempo” a los invitados. El preámbulo se alarga en un ralentí absurdo, como si la espera fuera la acción principal del guion, mientras el presídium ensaya la pose que se espera de ellos. Y es precisamente esa pose la que se convierte en la verdadera protagonista de este plano secuencia casi interminable: la imagen fija, esa fotografía de prensa que busca inmortalizar un instante, reemplaza a la imagen en movimiento, la esencia misma del cine.
Un plano detalle en el reflejo de un espejo revela la angustia de quien no sabe en qué rostro reconocerse, como la de Vinz en La Haine (Mathieu Kassovitz, 1995). La imagen se desvanece lentamente, revelando un encuadre surrealista. Yo, sentado aquí, me descubro en un reflejo similar. Estoy rodeado de discursos que hablan de la "industria" con gran elocuencia, aunque sin el conocimiento mínimo para distinguir entre un cortometraje y un largometraje, entre la animación y la ficción. Hablan del "negocio del cine", de "mercados" y "proyecciones económicas", pero nunca de la puesta en escena, de la luz que acaricia un rostro, o del silencio que lo dice todo. Se habla de "retorno de inversión" y no de "impacto en el alma".
El encuentro de comisiones de filmaciones en Michoacán se anunció como un hito, un punto de inflexión. Pero lo que ocurre es otra cosa: un salón dispuesto con solemnidad, anuncios mediáticos, discursos de prensa que se repiten en un montaje predecible. Todo semejaba una película de mediana producción… pero sin alma, sin trama, sin el pulso de la creación. Los protagonistas son funcionarios, asesores e invitados que jamás han estado en un set de rodaje o en una sala de montaje, pero que hablan de cifras, gráficas y proyecciones como si en ellas habitara la esencia del cine. El espectáculo recuerda a esas alfombras rojas donde la luz de los flashes eclipsa a las películas mismas, donde el ego del famoso se vuelve más importante que la historia que protagoniza. ¿Dónde queda en todo esto la comunidad cinematográfica local? ¿Qué se ofrece al joven que sueña con dirigir, a la actriz que se prepara en silencio, al estudiante que edita en su computadora con la esperanza de contar una historia?
En este laberinto de egos y apariencias, pienso inevitablemente en Los olvidados (Luis Buñuel, 1950), donde la crudeza de lo real desnudaba un sistema indiferente. Buñuel filmó con lo mínimo y reveló lo esencial. Pienso en 8½ (Federico Fellini, 1963), con Guido Anselmi, el director, atrapado en un circo de demandas absurdas, rodeado de críticos, productores y periodistas, incapaz de encontrar un gesto auténtico en medio de tanta exigencia. ¿No es acaso esta reunión institucional una pobre versión de aquel laberinto felliniano? Aquí no hay creación, solo repetición de gestos que reemplazan la sustancia con apariencias. La industria del cine se ha convertido en una obra sin autor.
Breves flashes de la juventud desafiante en Prince (Sam de Jong, 2015) se superponen con tomas claustrofóbicas de Canino (Yorgos Lanthimos, 2009), donde el encierro produce un lenguaje artificial y reglas absurdas. Las imágenes se superponen en una rápida sucesión, creando una sensación de asfixia. El eco del desencanto resuena también en estos discursos vacíos. Así funcionan estos encuentros: jerarquías disfrazadas de inclusión, discursos que parecen abrir puertas, pero que en realidad consolidan el mismo núcleo de figuras visibles, el mismo ego que se ha disfrazado de promotor cultural. Nuestras instituciones, parecen funcionar de un modo semejante al de la película de Lanthimos, inventando reglas que aíslan al cine de su verdadera naturaleza. El sistema se convierte en su propio enemigo, vigilando y castigando a quienes se atreven a crear fuera de sus parámetros.
A lo largo de su historia, el cine siempre ha florecido contra estos sistemas. El neorrealismo italiano nació de la ruina material y burocrática, filmando en calles devastadas, narrando lo que los gobiernos no querían ver. El noir estadounidense surgió en medio de la censura y la depresión, encontrando en la oscuridad una estética y un discurso. El arte cinematográfico se abrió camino en resistencia, nunca desde las gráficas ni desde las estadísticas. Ni siquiera la Nouvelle Vague, con sus discursos más intelectuales, se fundó en el confort de una oficina, sino en la calle, en la cinefilia pura, en el acto de amar el cine por encima de todo.
De pronto, me descubro otra vez en este salón. La ceremonia avanza con una lentitud que recuerda a los documentales soviéticos, marcada por aplausos pautados y silencios que pesan más que las palabras. La última escena de La Haine regresa a mi mente: la caída continua, ese instante en el que el silencio se convierte en detonación. Porque el riesgo no es sólo que estos encuentros produzcan poco, sino que desplacen lo esencial. El cine nunca fue números ni informes, sino metáfora, movimiento, una imagen que contiene el pulso de la vida.
EXT. / PLAZA DON VASCO / NOCHE
Como en un fundido a negro, me levanto de mi asiento. Un plano contrapicado me muestra alejándome, mientras las figuras del fondo bailan y ríen con música de viento y mojigangas. Me alejo, me detengo, volteo una vez más, subo a mi vehículo y me voy.
EXT. / CARRETERA / NOCHE (LLUVIA)
El vehículo de Alejandro se incorpora a la carretera. La lluvia se intensifica, las luces traseras del auto se reflejan en el asfalto mojado. Los limpiaparabrisas se mueven rítmicamente. A los lados de la carretera, los árboles de la naturaleza michoacana se pierden en la oscuridad, con sus siluetas apenas visibles bajo la luz de los faros.
El auto se aleja y las luces de la ciudad de Pátzcuaro se desvanecen en la distancia. El motor ruge, y el sonido de la lluvia se vuelve el único protagonista. La cámara se detiene, y solo se ven las luces traseras del auto alejándose cada vez más, hasta que finalmente desaparecen.
FADE A NEGRO
La pregunta persiste como un eco inevitable, como un plano final que no encuentra cierre. O tal vez, la pregunta ya tiene una respuesta y es lo que la hace tan dolorosa: el cine llegó a este punto por un pacto de confort, por el pago silencioso que muchos aceptaron, dejando atrás la rebelión, la verdad, y la belleza de un plano que simplemente lo dice todo. ¡Ojalá que no!
FIN
Espacio Solaris es un espacio de exhibición cinematográfica independiente, alternativo e incluyente ubicado en el corazón de la ciudad de Morelia. También es el hogar del podcast Butaca 39 y de la Muestra de Cortometraje Contemporáneo 5C.
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